Debo reconocer que mi inglés comenzó a ser más fluido no hace mucho tiempo y anteriormente podía decir frases concretas y hacerme entender pero no mucho más; venga que si quería hablar de los avances tecnológicos de los estetoscopios estaba complicado el tema. Lo primero que pensaba cada vez que fui a un país que no hablaran mi idioma era “de alguna forma me haré entender” y allí iba yo de lo más feliz diciendo sí o no con la cabeza y ayudado con el dedo índice para pedir todo, lo cual dio lugar, sin dudas, a algunos casos como los siguientes:

Diez minutos para unas patatas
Hace un tiempo en Londres entramos en un restaurante y pedimos hamburguesas, pero como nos quedamos con ganas de algo más Miri me pidió que vaya hasta la barra a pedir patatas fritas. “Bah, esto es una tontería, no hay más que decir french fries y listo” pensé y me fui muy contento de la vida; pero en realidad la camarera me lio tanto ofreciéndome un montón de complementos para unas simples patatas que terminé comprando patatas fritas, aros de cebollas y unas cinco o seis salsas, aunque no me di cuenta cuando me intentó cobrar y vi que era una cuenta tan grande para un paquetito tan pequeño. Conclusión: o vas a un McDonals de toda la vida o aprendes inglés.
El día que tuve ocho hijos
Cuando viajamos a Bombay, en India, un guía turístico nos llevó a dar unas vueltas por la ciudad mientras nos explicaba las maravillas del lugar. No sé a cuento de qué vino que comencé a contar algo de cuando era pequeño y en lugar de decirle al hombre una frase como “cuando yo tenía ocho años” y no sé cómo le dije “cuando yo tenía ocho niños” y el hombre estuvo todo el rato pensando que yo era un gran reproductor que dejaba críos repartidos por el mundo.
A gritos en una tienda
Un viajero no sólo necesita mirar un mapa o coger un vuelo, a veces también quiere cocinar y si necesita hasta va a una tienda a comprar una cuchara de madera. Y allí estaba yo recorriendo una gran tienda buscando mi cuchara para revolver sin estropear ni una olla, pero como no la encontré tuve que preguntar a una chica que no me entendía cuando le decía “wood” hasta que después de un par de minutos donde expliqué que venía de los árboles y se parecía a una mesa me dijo “ah!, wood” y me enseñó cómo se pronunciaba; lo decía ella y lo repetía yo con tantas ganas que estuvimos así unos minutos repitiendo hasta llegar a dar gritos como locos.
Mis alocadas situaciones podrían contarse por decenas, aunque por suerte desde el año pasado me tomé las cosas en serio y fui a una academia, contraté un profe particular, tomé clases online y planifiqué ir a estudiar fuera de España en The English Studio, escuela de inglés en Londres y finalmente con la mudanza a Edimburgo conseguí tener clases de idioma las 24 horas así que a partir de ahora las situaciones insólitas tendrás que ser en otro idioma.
ojala pudiera viajar tanto, me encanta la foto.
jajajja. Es verdad que esas cosas suceden… En Singapur pregunté al recepcionista del hotel por el zoo (mi pronunciación era zoo tal cual) y el recepcionista no me entendía… Vuelvo a repetir… ZOO… Y él nada… Le nombro todos los animales del mundo… Y nada.. Y al final se lo escribo… y me contesta gritando «ZUU»!!!
Pues vale, pues zuu… Otra palabra aprendida para el próximo viaje..
Y es que cómo puede algo tan simple ser tan difícil de entender… jeje.
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